Aún reside en mí...


Hubo un tiempo en que mi dolor era tan fuerte que apenas lo soportaba. Recuerdo el dolor al saber de su muerte. No podía respirar y no podía dejar de llorar. Parecía que alguien había destruido la casa de mi vida con una bomba. Por donde mirara, veía lo que había perdido. La tierra del dolor, con sus tristes valles y sus montañas que parecen demasiado altas como para poder pasarlas, es un destino con el que todos los humanos se encuentran. Sus aspectos más notables son la conmoción y la sensación de quedar insensibilizado, de soledad y una desolación que busca un significado.

Nunca supe lo que significaba el “sólo quiero estar a tu lado”, hasta que murió. No podía creer que nunca lo volvería a ver. Cuando murió, no podía pensar y me sentía como un animal al acecho, tratando de proteger lo que quedaba de mi mundo. Deseaba poder cambiar mi vida por la de él, pero no se me dio esa opción. Me di cuenta de lo limitada e impotente que era yo. Por más que amara a Alex, no podía hacerle volver. Sentí que perdía la fe (algo que creí descubrir con él y que, con él, también se fue), incluso llegué a sentir ira. De pronto mi vida era más pequeña y más pobre, y sentí una carga aplastante de desconsuelo. El único motivo para seguir adelante era mi hijo, el único que me necesitaba.
Creo que su muerte fue resultado de la conducta irresponsable de otra persona. Me sentí estafada al no poder vivir el resto de mi vida con él, pero más aún cuando no pude consolarme con nadie ni nada, pues percibía que era doloroso para otras personas ver la profundidad de mi ira y mi pena. Eso me llevó a guardarme mi desconsuelo, excepto con las personas en las que podía confiar, porque advertí que la gente juzga si alguien maneja bien su duelo por el hecho de si sabe controlar las lágrimas.

Michael, el hermano de Alex, hizo algunas cosas que lo ayudaron a manejar y comprender la realidad de su pérdida. Fue a Michigan a participar con su familia en la decisión de comenzar el nuevo negocio que, con ánimo, le propuse a la familia. Pero aunque toda la familia estuvo a su lado y le dieron apoyo en el funeral, Michael tuvo dificultades en hablar de su pena. Trató de ser fuerte para apoyar a Mommy (su madre y la que era mi suegra), aunque incluso eso le dolía. La sorpresa mayor me vino de Michael, cuando me dijo: "Me resulta difícil verte sola cuando nos visitas en vacaciones”, eso es lo que más le atormentaba y decidió hacérmelo saber, pero fue algo que me ayudó a ver que jamás me había equivocado con él… pude darme cuenta de que siempre había sido la única en defenderle, pero ahora era la única en ver a la persona que se escondía tras esa rebeldía nada innata en él.
Una de las partes más difíciles de la muerte de Alex, fue el sentirme tan sola. Cuando mueren los seres queridos, los sobrevivientes se sienten impotentes, enfadados o sacudidos por una pérdida de inocencia. La realidad azarosa y cruel de las enfermedades y los accidentes desafían nuestra sensación de seguridad en el mundo. Hay gente buena y afectuosa que muere de ataques al corazón, cáncer y Alzheimer… pero también hay hijos, hermanos y marido que mueren en meros accidentes naturales. Justo cuando más necesitamos apoyo, puede interferir con nuestra capacidad de acercarnos a otras personas. Deseamos acercarnos, pero al hacerlo se nos recuerda que podemos perder a cualquiera y a todos nuestros seres queridos, y esa sensación nos hace sentir disminuidos… toda una paradoja.

Los expertos dicen que no es una enfermedad, sino un proceso. El hecho de que terceros resten importancia a una muerte o alienten a la gente a "superar" la pérdida para poder volver a la vida "normal", aísla a las personas que pierden a un ser querido. En la tierra del desconsuelo, no hay cronogramas de duelo. Sólo se requiere que aprendamos a absorber la pérdida, a recordar a nuestros seres queridos y que descubramos cómo vivir bien con, y a pesar de, nuestras pérdidas.

La familia y los amigos pueden caminar a nuestro lado. Si aún no logramos superar el trance, los consejeros, los médicos y los grupos de apoyo pueden ayudar. Mientras otros nos sostienen, el tiempo pasa. Gradualmente advertimos que la compasión de algunas personas expresa empatía... pero es que seguramente ellos han vivido lo mismo. Es como si la gente que perdió a alguien querido, hable con un lenguaje diferente.
Con el paso de tiempo lo único que me ayudó a vivir sin él, fue el cariño y el apoyo sin límites que me rodeó por parte de su familia. El hecho de que Alex me dijera un día aquello de: “tengo tanto miedo como tú… pero sólo quiero estar a tu lado”, amortiguó el dolor de la tragedia de su muerte, pues fueron unas palabras que no quedaron en nunca en un olvido, sino que fueron construyendo un camino que recorrimos juntos durante cerca de 7 años. El mayor aprendizaje que tuve al vivir la muerte de Alex, fue que nadie lograra superar por sí solo un tiempo de dolor.

La gente reconoce la importancia de una pérdida de distintas maneras: participando del funeral, enviando tarjetas, flores, notas o con alguna que otra llamada telefónica. Los rostros de familiares y amigos me decían lo difícil que les resultaba aceptar su muerte y, pese a su propia tristeza y la manera en que mi pérdida se reflejaba en sus vidas y en mi mirada, vinieron para estar a mi lado.
Lo que más me ayudó de la gente fue la capacidad de escuchar sin juzgar y el hecho de estar presentes, acompañándome en ese agrio viaje hacia la soledad. Me ayudaron a descubrir que no tenía por qué aceptar lo que le pasó a Alex como si mi vida se hubiera ido con él, pero que tenía que encontrar la manera de vivir con esa experiencia. Lo más importante de todo ello, fue la invitación que me hicieron para volver a ser parte de este mundo.
Todo fue muy intenso durante las primeras semanas y meses. Pasados más de 4 años de su muerte, sigue habiendo momentos en que quisiera poder estar con él, para hablar, reír, ir de compras, cocinar y o simplemente estar juntos.
Cada vez que pienso en cómo aprendí a vivir con esa pérdida, recuerdo una conversación con Mommy, dos días después de la muerte de Alex. Me escuchó y cuando rompió a llorar conmigo, me habló de la muerte de su hermana en un trágico incendio cuando eran niñas. Me dijo: "Lisa, nunca hagas sentir mal a nadie por estar vivo". Mommy me recordaba que mi tarea era amar a mi hijo también y a las otras personas que conocería en el transcurso de mi vida, sin que eso significara que olvidara a Alex o que "dejara atrás el pasado", mas bien me decía cómo las pérdidas de su vida la habían convertido en la persona que era.

Hoy disfruto de mi vida como puedo y agradezco infinitamente muchos de los consejos que Mommy me dio y me sigue dando a día de hoy. Alex fue uno de los grandes dones de mi vida. Sigue y seguirá habiendo un lugar vacío en mi vida sin él y, sin embargo, todas las demás partes de mi vida seguirán siendo dulces (dentro de lo que cabe) y quizás lo sean cada vez más.
La muerte de Alex me mostró la gran profundidad de humildad y afecto que existe en otras personas. El apoyo de sus amigos y el amor de su familia siguen siendo una de las partes más ricas de mi vida.

Si algo tengo claro a día de hoy es que, aunque Alex muriera, no murió el amor que sentí y siento por él. No importa cuánto tiempo pase, eso seguirá siendo así siempre. El amor continúa dentro de mí, como una canción que sigue sonando suavemente, en el trasfondo de mis días.

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